Hace cosa de un año, en una de esas redadas caseras anti-cosas-antiguas encontramos en mi casa una bolsa enorme, llena de peluches. Los peluches de nuestra infancia. El alud de recuerdos fue imparable.
Cada peluche tenía su historia, su aparición en nuestras vidas, sus anécdotas. Algunos de éstos eran más grandes que yo cuando me los regalaron. Algunos de éstos eran de la infancia de nuestros padres. Sentí una profunda nostalgia por todos esos sacos de ropa y relleno con forma de animales como cocodrilos, osos leones tigres y otros tantos. Durante años ellos fueron mis guardianes de la noche, los protectores a quien abrazarme al irme a dormir. Tenían personalidad propia.
Después de un rato de recordar en familia aquellas épocas ya pasadas, hubo que decidir que hacer con ellos. Decidí conservar un par de peluches. Aunque me habría quedado con casi todos, sólo pude quedarme con dos de ellos.
Hoy he tenido que hacer una elección similar. Mi hermano ha puesto patas arriba su habitación con la intención de poner orden y tirar todo aquello que ya no vaya a usar más. Cómo no, han aparecido joyas varias de cuando nuestras edades eran tiernas. No he podido estarme de echar un par de fotos de un pequeño pack de recuerdos.
Las canicas, esas pequeñas bolitas de cristal o porcelana, con colores y formas intensas y variadas que nos llenaban los bolsillos cuando estábamos en el recreo. No teníamos dinero, pero teníamos canicas, que tenían para nosotros, tanto o más valor que el propio dinero. Eran como joyas. Estaban las que eran preciosas, con colores brillantes y semi metalizados. Estaban las que servían para conseguir otras canicas, las de hierro o chinas, o las más grandes, los llamados "bombos". Estaban las blancas que eran un termino medio. En la foto se puede ver un par de canicas metalizadas, una de turquesa y un bombo.
A los pocos años se pusieron de moda "otra vez", las peonzas. Usábamos las "nuevas" monedas de 25 pesetas que tenían agujero en medio para usarlas de tope de cuerda. Recuerdo que sabíamos hacer acrobacias varias con ellas, desde levantarlas con la mano, hasta lanzarlas por el aire y recogerlas sin que dejaran de girar. (También recuerdo como a un chaval le cayo una en la nariz con la punta de hierro y le hizo sangre).
Pasaron los años y a mi hermano le regalaron la primera cámara digital. Si recordáis los primeros móviles, pues los tiros van por ahí. Era enorme, con una calidad irrisoria a día de hoy, y una autonomía escasa. Si no recuerdo mal, tenía cualidad de VGA, es decir, no mucho más de fotos de 200x300 píxeles, si es que llegaba. Funcionaba con 4 pilas AAA, y durante el tiempo de tirar 10 fotos. Como se aprecia en la foto, la conexión con el ordenador tenía que ser a través de puerto serie (puerto del que no oigo hablar des de hace años) y el programa en disquete de 3 y medio. No recuerdo haberla usado mucho. En poco tiempo las cámaras digitales empezaron a evolucionar rápidamente.
También, volviendo al tema escuela, se pusieron de moda los tazos. Una versión plastificada de las chapas a las que jugaban nuestros padres. Había auténticos fanáticos de los tazos. También, años atrás, hicimos la mayoría de nosotros las famosas colecciones de cromos de Panini. Las había de todos tipos, de la Liga de fútbol, de Bola de Drac, de las Tortugas ninja. Íbamos cargados con 200 cromos al recreo para intercambiarlos repasando velozmente con colegas con vocabulario específico para ésa tarea: "Tengui" "No tengui" "Repe". ¡Allí hay mucho dinero invertido!
La mayoría de cosas ya no las recuerdo y no las conservo, pero de vez en cuando es bonito darse un garbeo por los años ya vividos puesto que, parece que no pero, hemos vivido muchísimas cosas y lo que nos queda por vivir!